El otro día encontré sobre el escritorio de la habitación de mi hija una carta que ella había escrito para una amiga. Estaba abierta y, sí, confieso, pasé olímpicamente de su privacidad y su espacio personal y la leí. Si de vez en cuando no mirara entre sus cosas no tendría ni la remota idea de quién es esa chica que me encuentro cada día en el pasillo y que cambia altura y aspecto físico cada semana.

¡Y menos mal que lo hice! De hecho, topé con un ejemplo de pura armonía, una carta que fija los pilares del amor dibujando un círculo perfecto: premisa, desarrollo, conclusión.

El texto empieza así: “A veces te enfadas por cosas justas y a veces por tonterías, pero siempre me haces feliz”. ¿Cuántos de nosotros sabemos reconocer que la otra persona a veces se puede equivocar y, al mismo tiempo, no olvidar que el otro es muy importante para nuestra propia felicidad? ¿Cuántos logramos no perder de vista la felicidad que el otro nos genera, no obstante, a veces, tropiece en pequeños (o grandes) errores?

El segundo párrafo es una perla de sabiduría: “No cambies porque yo te quiero como eres, no como te describen los demás”. Ser capaces de ver la verdadera esencia de la otra persona y de aceptarla en todas sus facetas es un elixir de eterna felicidad. No se crean falsas expectativas, no nos enamoramos de una imagen que tenemos en la cabeza de cómo nos gustaría que fuera la otra persona.  Cuando miramos al otro con ojos inocentes, sin ego ni expectativas de ningún tipo, cuando se acepta la otra persona sin reservas, entonces tenemos la certeza de crear relaciones sólidas, que no se derrumbarán al primer signo de debilidad o desacuerdo.

El círculo se cierra así: “Siempre estaré a tu lado, estés donde estés, en buenos o malos momentos porque te quiero”. Y ahí está el eje de todo, el concepto que, si cada uno de nosotros  lo entendiera y lo integrara dentro de sí, acabaría con las discusiones, guerras, asesinatos y todo el mal en general. ¿Has hecho algo bueno? ¡Perfecto! ¿Has hecho algo malo? ¡Me da igual! Te quiero y, aunque no esté de acuerdo contigo, estoy aquí. Es un concepto muy profundo, que se basa en un tipo de amor incondicional que normalmente logramos sentir sólo para nuestros hijos (los únicos a los que perdonaríamos cualquier cosa).

A este propósito, el otro día estábamos leyendo El plano infinito de Isabel Allende en el que un personaje afirmaba: “Hay que leer mucho, con conocimiento y sabiduría sería posible derrotar al mal en la tierra.” Martina y yo nos miramos en los ojos y dijimos al unísono “y con amor”. Me tranquilizo, la tierra ha sido abonada muy bien, dará buenos frutos.

 

Dibujo de portada de Martina

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