“Pensaréis que estoy loca, pero cuando estoy en la camilla con los ojos cerrados y recibo Reiki, ¡veo colores!”.
“Sí, querida, lo sé: verde y morado”, contesto.
La paciente abre los ojos de par en par y se queda boquiabierta: ¡verde y morado!
El hecho que dos personas con los ojos cerrados en una habitación en penumbra logren ver los mismos colores en el mismo momento es una experiencia increíble y, sobre todo, inexplicable desde el punto de vista científico, pero me ha pasado tantas veces que ya no me sorprendo (¡aunque admito que mola muchísimo!)
Lo más curioso es que no se trata sólo de efectos visuales. Otra paciente, de hecho, nada más acabar la sesión de Reiki, miró con ternura la voluntaria y le preguntó “te sientes agobiada hoy, ¿verdad?”. La terapeuta estaba pasando una mala temporada y estaba muy abrumada por sus problemas en ese momento…
Son ejemplos de uno de los efectos de la terapia Reiki: la expansión de consciencia. Si buscamos en internet esta expresión encontraremos ensayos muy rebuscados que hablan de teosofía, física cuántica y hasta extraterrestres. Para mí la expansión de consciencia es al fin y al cabo un concepto muy sencillo: una profunda comprensión que nos lleva a aceptarnos a nosotros mismos en primer lugar y en consecuencia a los demás, tal y como son. Es un nivel de aceptación que tiene como consecuencia natural el volverse una unidad con quien tienes delante, es decir, ver las mismas cosas o ser capaz de sentir lo que siente el otro.
Ya me había dado cuenta de que esta capacidad es desarrollada por muchos terapeutas Reiki, pero lo que me ha felizmente sorprendido en los años es percatarme de que se trata de un fenómeno bidireccional: el paciente también adquiere la capacidad de sentir el otro, como demuestra el ejemplo arriba mencionado. De hecho, cuando estamos en una sesión a menudo siento una unión tan profunda con el paciente que percibo una esfera que nos envuelve y no es un fenómeno que involucra sólo dos personas, sino que se manifiesta también cuando alrededor de la camilla hay dos o más terapeutas, todos somos parte de la misma esfera.
El otro día leí un artículo sobre un médico, Joel Salinas, quien tiene una condición neurológica peculiar, la sinestesia de toque espejo que le permite sentir en su propia piel la misma sensación vista en otro individuo. Por lo visto Salinas ya tenía esta capacidad desde pequeño, pero la misma se desarrolló enormemente cuando empezó a frecuentar la facultad de medicina, permitiéndole percibir a sus pacientes y darse cuenta en pocos segundos si la persona que tiene delante tiene, por ejemplo, sed, hambre o dolor.
Algunos periodistas que contaron su caso pusieron en evidencia la enorme dificultad que una condición como esta puede representar por un médico que se pasa la vida visitando a personas que pueden llegar a tener valores muy altos de dolor físico. Sin embargo Salinas afirma haber logrado controlar los efectos más desagradables de la super empatía y que esta lo ayuda a cuidar mejor de sus pacientes, ya que él, además de saber exactamente cómo están, es consciente que el bienestar de ellos representa también su propio bienestar.
Cuál es la conexión entre la historia de Joel Salinas y el Reiki?
La sinestesia que, estoy convencida, es el lenguaje del Reiki. La práctica constante de esta disciplina, de hecho, lleva dulcemente tanto el terapeuta como el paciente a experimentar en sus propias carnes las sensaciones del prójimo. Por lo tanto, es posible imaginar cuál serían las consecuencias a nivel planetario si esta técnica fuese practicada por todo el mundo. Si tuviéramos la capacidad de sentir lo que sienten otras personas ¿Quién mataría? ¿Quién ignoraría una persona hambrienta o sedienta? ¿Quién denegaría una casa a los sintecho? Nadie, porque el bienestar de los demás sería nuestro propio bienestar.
Según la ciencia todos nacemos sinestésicos, pero luego el cerebro elimina el exceso de conexiones neuronales con un proceso llamado pruning (podadura). Sería oportuno rehacer voluntariamente esas conexiones y empezar a considerar la sinestesia no una superabundancia de datos, sino un camino seguro hacia la mejoría de la especie humana.
Imagen de portada de Fabrice Van Opdenbosch