El juicio es una presencia silenciosa en nuestras mentes, difícil de reconocer y neutralizar. Pocas personas se quedarían impasibles si se les definiera unas criticonas. De hecho, la primera vez que me hicieron notar que había juicio hacia los demás en mis acciones y en mis pensamientos me ofendí. ¿Quién? ¿Yo? ¡Yo no juzgo! Y sin embargo sí que lo hacía: juzgaba a los demás, pero, sobre todo a mí misma.
Todo siempre empieza ahí: en uno mismo. Si juzgamos a los demás es porque el centro de nuestras críticas somos nosotros. S¡ nos fijáramos en analizar lo que pensamos, muy a menudo no oiríamos nada más que “no estoy a la altura”, “esto lo hice mal”, “soy feo/a”, “soy estúpido/a”. Es una actitud despiadada y cruel hacia nosotros mismos.
No nos dejemos engañar por las personas que hablan siempre mal de los demás: en realidad están hablando de sí. Hablamos siempre y sólo de nosotros mismos. El juicio no nos da un respiro, nunca somos lo bastante buenos, lo bastante guapos, lo bastante activos. A menudo hacemos las cosas tomando a los demás como término de comparación, pero nosotros no somos los demás. Nuestra vida es nuestra. No importa si nuestro vecino tiene 4 hijos y un trabajo impresionante: si nuestra máxima aspiración es vivir solos y tomar el sol en el jardín en los ratos libres ¡hagámoslo y aceptemos lo que somos con alegría!
Sin embargo, para ser así hay que librarse de nuestras falsas expectativas. A lo mejor llevamos una vida en la que creemos necesitar un montón de dinero, un ático, un Porsche y más dinero para mantener todo aquello. Si esto es lo que queremos de verdad y nos sentimos felices en esta situación, ¡perfecto!
A pesar de esto es posible que, en un momento dado, tengamos una crisis y que nada parezca ya tener sentido. Si pasa esto es porque los objetivos que nos habíamos fijado en la vida no eran nuestros de verdad, los habíamos elegido sin saber realmente qué había en nuestra alma. Es justo en ese momento que nuestro crítico interno entra despiadadamente en acción y nos tortura con una lista infinita de todas las razones por las que no estamos a la altura de nuestros falsos objetivos. Tranquilos: aquel juez no es nada más nuestra propia mente y tenemos por lo tanto el derecho de dirigirle la famosa frase que a veces las madres italianas dirigen (¡irónicamente!) a sus hijos: yo te hice y puedo deshacerte.
No se trata de un trabajo descomunal, sólo es el producto de una manera de pensar. Para deshacerlo hay que tomar consciencia del hecho que nos juzgamos a nosotros mismos y de los momentos en los que criticamos nuestra manera de actuar y simplemente dejar de hacerlo.
Es necesaria una buena dosis de amor propio y entender qué queremos para ser felices de verdad, aquí y ahora. Seamos magnánimos y compasivos con nosotros mismos y nuestros errores porque, al fin y al cabo, ¡somos humanos! Feliz Navidad.
Imagen de portada de Fabrice Van Opdenbosch