Seguir adelante por nuestro proprio camino como si lleváramos anteojeras es una capacidad que tenemos mucha personas. Nos metemos algo en la cabeza, un objetivo particular, un sueño, o hasta una simple idea, y esto se transforma en el eje alrededor del cual gira cada detalle de nuestra vida. Sin observar lo que tenemos a nuestro alrededor. Sin parar para cerciorarnos de qué sentimos de verdad.

Es un concepto muy sencillo y probablemente muchos se identificarán con el siguiente ejemplo: mi deseo más grande es tener una historia de amor y un compañero de vida. Conozco a una persona totalmente diferente de mí: yo detesto el humo, él es fumador; yo soy extremadamente sociable, él no sale casi nunca; yo tengo un empleo fijo desde hace años, él es un espíritu libre que cambia trabajo cada tres meses.

Desde fuera parece muy fácil verlo, es casi obvio pensar que la unión de dos personas tan diferentes difícilmente llevará a un vivieron felices y comieron perdices. Sin embargo, es una actitud muy común el querer ver solo lo que dicta nuestra Santa Voluntad.

Ésta es la principal razón por la que hay un proliferar de parejas en las que uno de los dos intenta cambiar al otro para forjarlo a imagen y semejanza de lo que necesita. El fumador, por lo tanto, tendrá que aguantar un sinfín de críticas cada vez que enciende un cigarro, el solitario se vera obligado a frecuentar bares y restaurantes y al espíritu libre se le aconsejará encontrar trabajo en un despacho.

Nos esforzamos en adaptar la realidad a nuestros deseos, en vez de observarla con atención y darnos cuenta de como son las personas presentes en nuestra vida, aceptándolas tal y como realmente son, no como nuestra mente nos dice que tendrían que ser. Si nos paráramos a pensar en ello nos daríamos cuenta que es una actitud delirante: me enamoro de un fumador, pero quiero que no fume; de un mujeriego, pero quiero que sea fiel. Nos olvidamos siempre que la persona a nuestro lado la hemos elegido nosotros. Con todas sus cualidades y sus defectos.

Recuerdo un estupendo verso escrito por la micropoetisa Ajo, dedicado seguramente a un ex amor: Perdóname por pedirte peras, no sabía que eras un olmo. Con estas pocas palabras Ajo describe perfectamente la ceguera con la que a menudo nos enfrentamos a las relaciones: elegimos a una persona y le pedimos lo imposible a alguien que simplemente no puede darnos lo que queremos.

Desde ahora decido por lo tanto mantener a raya mi Santa Voluntad. No le permitiré nunca más forjar mi realidad. ¡Si todo lo que me ocurre ya es un espejo de lo que siento! Esta vez he decidido observar este romance que ha llegado a mi vida, sin juzgar, criticar o programar cambios estructurales en la otra persona. He decidido aceptar este olmo por lo que es, un olmo.

Y ¿saben cuál es la diferencia con mis experiencias anteriores? Una serenidad nueva, profunda donde no cabe la decepción, porque a la base de todo no hay ningún engaño.

Acepto el olmo por lo que es y por los frutos que puede dar. Conozco sus cualidades y sus limites y, si un día esos frutos no serán suficientes, nuestros caminos se separarán. Pero esta vez lo harán sin despecho ni resentimiento porque la aceptación lo ha cambiado todo.

 

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