El niño tiene 9 años y es igualito a su padre: mismos ojos, misma mirada, misma sonrisa y hasta misma manera de andar. Su madre y yo lo miramos sonriendo, pero luego la sonrisa se nos apaga por la preocupación cuando nos damos cuenta del parecido entre ellos dos. “Ayer hasta me dijo una frase odiosa que solía repetir su padre: No sirves para nada”. Oír que alguien nos dice una cosa tan dura tiene que doler como una flecha en el corazón, ¡imaginad si es nuestro propio hijo el que la dice! Pero ella tenía claro cuál era su objetivo principal: ella es su madre y está ahí para educarlo, guiarlo y corregirlo cuando se equivoca. Por lo tanto, con semblante serio y pulso firme le dijo que si ella no servía para nada desde ese momento podía empezar a cocinarse su propia comida, ponerse las lavadoras y realizar todas las tareas que ella hacía cada día por él. Como casi todo el mundo cuando se le hace responsable de sus propias acciones, el niño reculó inmediatamente pidiendo perdón y reconociendo su error.

A mi amiga se le ensombreció el rostro por un segundo pensando al hecho que infortunadamente su hijo no se parecía sólo físicamente al padre, sino que a veces repetía sus frases machistas y ofensivas. Le puse una mano en el hombro recordándole que el niño tenía una cosa que su ex marido no había tenido: una madre consciente que lo estaba educando en el respeto de los demás. “Es como entutorar plantas de tomate”, si atas las plantitas al tutor ellas crecen bien y los tomates son mejores; si se dejan crecer libremente en el suelo se enredan y los tomates pueden marchitar, causando enfermedades a la planta.

Creo que es una bonita imagen comparar a los padres con los campesinos: nada representa mejor la vida que crece que una plantita indefensa que hay que regar, cuidar y controlar todos los días para que de buenos frutos. La plantita a veces puede ser un pelín débil o tener parásitos, pero con los cuidados adecuados puede volverse fuerte y florecer. Sólo tiene que tener una presencia constante al lado que, como el campesino, nunca se va de vacaciones.

Hace pocos días desapareció un gran periodista catalán y un ser humano excepcional que a menudo escribía sobre la importancia de la educación de los hijos con ironía y ternura: Carles Capdevila. Volví a escuchar una charla suya y me sorprendió la sencillez con la que sintetizó el trabajo de los padres. Según él nuestro deber se resume en dos puntos fundamentales: espabilar a los pequeños e intentar controlar a los mayores. ¡Cuántos agobios y problemas inútiles nos sacudiríamos de encima si aprendiéramos a enfrentarnos a nuestro rol de padres con un pelín de sentido común, paciencia y capacidad de desdramatizar, como hacía él! Y sin perder nunca de vista a las plantitas de tomate, claro está… ¡Buen viaje, Carles, y gracias por tus valiosos consejos!

 

En memoria de Carles Capdevila

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