¿Sabéis cuál es la posición del cuervo en yoga? Es un asana de equilibrio: nos ponemos en cuclillas con los pies bien plantados en el suelo, las rodillas abiertas presionando sobre los brazos, justo arriba de los codos, apoyamos las manos delante de nosotros y desplazamos lentamente el peso de las piernas a los brazos. La parte final del ejercicio es un poco como echar a volar, te quedas allí, en equilibrio, haciendo fuerza en los brazos y abdominales para no darte de bruces.
Para mí hasta ayer esta posición era como una proeza digna del Cirque du Soleil. Observaba envidiosa a mis compañeros del curso de yoga mientras flotaban como cuervos mientras yo me quedaba quietecita en el suelo, paralizada por el miedo. Durante la última clase, sin embargo, preparé con calma la posición, miré fijamente un punto delante de mí y, sin miedo, ¡solté los pies del suelo! Sólo fueron un par de segundos, nada del otro mundo, pero, menudo chute de autoestima ¡por fin yo también volaba!
Entonces me puse a pensar: ¿cuál es la diferencia entre ayer y los otros días? No es el entrenamiento, porque falté a las últimas clases. Tampoco puede ser la cercanía de la maestra, porque siempre estoy en primera fila. Tenía que ser algo que me había dado estabilidad interna, algo que, por primera vez, me había hecho abandonar el miedo a intentarlo.
De repente me acordé de una meditación realizada hace unos días y de una reflexión surgida en ese momento de silencio interior. Había visualizado unas raíces que salían de mi primer chakra, a la base de la columna vertebral, y llegaban hasta el centro de la tierra. A continuación, la energía de la tierra recorría las raíces hacia mi cuerpo activando un chakra transpersonal (fuera del cuerpo) llamado Estrella de la Tierra, que se encuentra bajo nuestros pies. Ese punto de energía es muy importante para nuestra estabilidad: si no está equilibrado y no somos conscientes de su presencia no estamos bien arraigados. La consecuencia es la sensación de estar fuera de nuestro cuerpo, aplastados por nuestros propios miedos y paranoias, incapaces de enfrentarnos al estrés y a la realidad.
A menudo cuando meditamos ponemos la atención exclusivamente en los chakras superiores, queremos que el tercer ojo y el chakra corona estén activos y abiertos para poder aumentar nuestras capacidades intuitivas. Pues bien, acabo de entender que la tierra es importante tanto como el cielo y que, por lo tanto, el equilibrio entre estos dos planos es indispensable para nuestra existencia.
Hay personas que, por tener los primeros tres chakras muy abiertos, llevan una existencia agresiva o dominada por los impulsos primordiales. Otras, sin embargo, son muy sensibles a las energías sutiles gracias a la apertura de los cuatro chakras superiores (corazón, garganta, tercer ojo y corona). Podríamos pensar que el segundo caso es mejor que el primero, pero tengo que aclarar que, desafortunadamente, esto no es verdad. Vivimos en un mundo dual, de luz y sombra, en el que los instintos primordiales tienen la misma importancia que nuestro desarrollo espiritual. Los trabajadores de luz no pueden desarrollarse con éxito en esta dimensión si no se radican primero, si no abrazan todas las contradicciones de este plano, si no integran y aceptan su propia parte obscura.
No se puede tener sólo luz en este mundo, hay que encontrar equilibrio entre nuestra parte terrenal y la espiritual, ser conscientes de todas las partes que nos componen. Si nos agarramos bien al suelo nada podrá desestabilizarnos en los momentos difíciles porque estaremos firmemente anclados. Tan radicados que podremos hasta echar a volar.