Esta semana es muy importante para todos los padres de los niños de sexto: tenemos que elegir el instituto en el que nuestros hijos cursarán los próximos seis años y que determinará su acceso a la universidad o al mundo del trabajo a través de los cursos de formación profesional.
Cuando se habla del futuro de nuestros hijos el peso de la responsabilidad es comparable a un saco de cemento de 60 Kgs apoyado en nuestros hombros. Nos invaden una infinidad de dudas: escuela pública o concertada? Bachillerato humanístico o científico? Enseñanza clásica o moderna con sus proyectos y ausencia de libros? Empecé la ronda de puertas abiertas en los diferentes institutos con la clara impresión de estar en una jungla: todo el mundo quería vender su producto, nuestros hijos no tendrían una escolarización mejor que la que ellos proporcionaban.
Me llamó especialmente la atención el discurso de una madre que quería dar su testimonio sobre la escuela que había elegido para su hijo. Era un discurso en el que la palabra “agobio” era recurrente: esta madre estaba agobiada cuando tuvo que elegir la nueva escuela, sintió agobio antes de conocer a los profesores y otra vez agobio cuando el niño empezó las clases… Mientras escuchaba a esta madre, y al mismo tiempo me identificaba con ella hasta la última célula de mi cuerpo, me di cuenta de lo difícil que es para los padres enfrentarnos a nuestro trabajo con un poco de serenidad.
Creo que el origen de esta angustia está siempre, como no, en nuestras cuestiones pendientes. Si mi nivel de inglés no es bueno, aconsejaré probablemente a mi hijo el estudio de este idioma, si soy una persona elitista elegiré un instituto concertado, si no he tenido la posibilidad de llegar a estudios universitarios insistiré con mi hijo sobre la importancia de sacarse una licenciatura. Nos basamos en estadísticas que indican cuáles son las mejores salidas laborales para tomar esta decisión o para dar consejo a nuestros hijos sobre el “qué hacer de mayor”. Tenemos un chip instalado que nos lleva a pensar que tener un puesto fijo es bueno porque nos dará la seguridad económica para el resto de nuestra vida y un trabajo de notario un estatus social inmejorable. Y en este chip basamos las elecciones relativas al futuro de nuestros hijos, pasándoles desafortunadamente con eso una programación mental dañina.
Nuestros padres nos guiaron basándose en ese concepto y el resultado es una generación de personas que desarrollan, por regla general, un trabajo que no les apasiona, de abogados empleados como barrenderos, conserjes sobrecualificados, personas “aparcadas” en puestos de trabajo donde cuentan los minutos que faltan para volver a casa.
El otro día una amiga me preguntó si no quería que mi hija se licenciara. Me lo pensé un ratillo antes de contestar porque hasta hace pocos años mi contestación hubiese sido “Claro que sí!”. Ahora sigo contestando “Claro que sí!”, pero añado la coletilla “si esto es lo que ella quiere”. Quisiera que mi hija descubriera cuál es su verdadera pasión, qué logra realmente emocionarla, cuál es su talento especial. Todo el mundo tiene una vocación y brilla como el sol cuando la descubre y la aplica a su vida. No importa que esta capacidad sea hacer joyas con los origami, hablar cuatro idiomas, podar las plantas del parque o realizar una cirugía a corazón abierto. Lo realmente importante es que cada uno de nosotros descubra cuál es su don especial y lo ponga en práctica. Lo importante es que el barrendero, el contable o el neurocirujano estén realizando el trabajo que le hace latir fuerte el corazón, ¡que no le hace contar las horas que faltan al fin de semana!
Sería maravilloso si cada uno de nosotros, antes de entregar ese formulario de preinscripción al instituto, se preguntara “¿Qué haría feliz a mi hijo?” en vez de “¿Quién le dará el nivel de instrucción más alto?”. Dentro de mí sé que este nuevo enfoque a la cuestión no solo acabaría con el agobio de la decisión final, sino que cambiaría radicalmente nuestra manera de enfrentarnos a la vida.
No olvidemos que el objetivo principal de nuestra existencia tendría que ser disfrutar de la vida y ser feliz. Por lo tanto, queridos padres, ¡Feliz elección de instituto a todos!