Te fuiste un sabado, como tu prima favorita y, como ella, tuviste el funeral un lunes por la tarde. Como ella te despediste después de una corta, pero cruel enfermedad, acompañada hasta el final por el cariño de tus familiares.

Has sido una presencia granítica, a veces un poco agobiante, mi sed de independencia chocaba constantemente con tu llamada al orden, a respetar la tradición y la “normalidad”. Tienes que licenciarte, buscar un buen trabajo y casarte con un hombre que tenga una buena posición social. No hace falta decir que yo alcancé los objetivos que quería yo en el orden que quería yo. Otras veces me he limitado a hacer el exacto opuesto de lo que tú decías, justo para no darte la razón y confirmar una vez más mi innato sentido de independencia.

La mayoría de los habitantes de este pueblo no puede seguramente olvidar las muchísimas canciones infantiles que has enseñado cuando eras maestra en la escuela primaria. En cuanto se te daba la oportunidad ensartabas todas las estrofas de “Los pajaritos” sin olvidarte del baile, claro. Cuando ya estabas muy enferma mi amiga Francesca logró hacerte cantar “El patito tonto” de la que recordabas cada palabra y cuando estabas en la cama, en tus ultimas horas de vida, repetías sin parar una canción de cuna que nos cantabas cuando eramos pequeñas. Es increíble como la esencia de una persona la acompaña hasta el último respiro, contigo he entendido de verdad la expresión “genio y figura hasta la sepultura”.

Tu naturaleza era tan bien definida que con sólo repetir una de las frases que solías decir te recordarían inmediatamente todos en el pueblo. La educación recibida por las monjas en el internado de Rapallo te permitió tener una cultura enorme que te hacía decir cosas casi incomprensibles a la mayoría de las personas: “El cielo está plomizo”, “es un dédalo de pequeñas calles”, “hoy el sol me enceguece” y mi favorita, que siempre le decías a mi cuñado “Alexio, hoy te propinaré una comida pantagruélica”. Y mi pobre cuñado siempre se quedaba anonadado por tus frases sofisticadas y decía que hablabas como Cervantes…

Si algo no te gustaba o pensabas que se estaba comitiendo una injusticia no tenías miedo de enfrentarte a nadie: para defender un alumno de una mala nota inmerecida le has dicho cuatro cosas hasta al cura del pueblo.

No obstante tu naturaleza conservadora y tradicionalista has logrado cambiar el mundo del trabajo para todas las mujeres ganando un puesto en aduanas. En los primeros años ‘60 te presentaste para unas oposiciones en Génova con una amiga, sin saber que, hasta entonces ninguna mujer había trabajado en ese puesto. Tu compañera, viendose rodeada de hombres, se fue para casa en seguida, abrumada por la situación. Tú, sin embargo, ni pestañeaste: ¡ni hablar de renunciar a un trabajo fijo por semejante tontería! Y así fue como pasaste las oposiciones y acabaste en todos los periodicos de la época con enormes titulares y fotos de ti por las calles del pueblo con el pelo al estilo chica ye-ye: “ Es una joven maestra de Riomaggiore la primera mujer empleada de aduanas”. Muchos en el pueblo al ver tus fotos pensaban que habías cometido algun delito y habías acabado en la cárcel.

Quizás hubiese tenido que escribir este homenaje hace un año para leerlo en tu funeral, te habría gustado seguramente ser recordada de esta manera, pero yo no hubiera tenido el coraje de leerlo delante de tanta gente. Queda el hecho que no pasa día en el que no hablamos como tú y de tí, has impregnado cada célula de esta familia y allí quedarás, para siempre. Espero que esto te haga feliz, mamá.

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