Siempre he considerado la frase de Jesús “No le echéis perlas a los cerdos” como muy clasista. ¿Cómo se le ocurre a un tío como Jesús, que predica el amor incondicional para el prójimo, dar un consejo tan excluyente?
Ahora por fin creo que he entendido que esa frase es un acto de amor, hacia uno mismo y, en consecuencia, también hacia los demás. Me explico. Creo que el amor con la A mayúscula, el amor sagrado para entendernos, puede florecer sólo entre personas que son similares del punto de vista emotivo, mental y moral, personas que vibran en las mismas cuerdas.
Por ejemplo, si yo considero la fidelidad como el pilar sobre el que está fundada mi relación, pero, sin embargo, estoy con un hombre infiel, estoy literalmente echando a la basura mi amor. Si soy una persona honesta y me entero de que en mi lugar de trabajo se llevan a cabo negocios ilegales, esto podría provocarme daños morales importantes. Si soy una amiga generosa y en mi círculo hay gente que se aprovecha de ello, casi seguramente sufriré mucho.
Es verdad que cualquier cosa que aparece en nuestra vida lo hace para enseñarnos algo: a querernos más, a reconocer nuestro valor, a reconstruir nuestro amor propio. Esto, sin embargo, no quiere decir que tenemos que aguantar humillaciones infinitas. Y aquí entra en juego la frase de Jesús: cuando aprendemos una lección, la integramos, le damos las gracias a nuestro maestro y salimos corriendo lo antes posible.
Si una persona en vez de sumar, me resta, si le tengo que explicar el amor, lo que yo entiendo por amor, entonces quiere decir que el amor, en sí, no es suficiente, no tiene estructura para sostenerse, sólo es una perla echada a los cerdos.
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