Una persona que quiero mucho acaba de separarse del marido. Nada nuevo bajo el sol, las separaciones son ya el pan de cada día. Tanto es así que en nuestro grupo hemos llegado a elaborar un “protocolo” para ayudar a la amiga en cuestión a enfrentarse a la situación de la mejor manera posible. Sin embargo esta vez era diferente para mi. Yo no lograba dar los pasos necesarios para ayudar a la otra persona a enfrentarse a ese dolor: dejarla desahogar y escuchar pacientemente el resumen de sus conversaciones con el ex marido, dándole espacio para que elaborara el luto.

Sentía una gran irritación cuando mi amiga hablaba de su ex y me empeñaba en hacerle una lista de las razones por las que estaría mucho mejor sin él. Estaba tan segura, que no le dejaba ni el beneficio de la duda. Lo peor es que escondía este ensañamiento detrás del cariño que le tengo a ella. La quería y no quería que volviera a sufrir. Bonito escondite, Paola. Una cosa es no estar de acuerdo con otra persona. Otra, totalmente diferente, es sentir irritación. En el segundo caso el problema es nuestro y la solución hay que buscarla dentro de nosotros.

La solución para mi esta vez ha llegado en forma de frase lapidaria por los otros miembros del grupo: “Es que tú la presionas mucho, déjala hablar”. Juzgar a alguien nunca es bueno, ni si eres amiga y mucho menos si eres terapeuta. Por lo tanto algo no iba bien, necesitaba pararme y entender qué era lo que provocaba en mi esa reacción, qué parte DE MI veía reflejada en ella.

Y de repente ahí estaba, mi maravillosa epifanía:su historia de amor se había truncado improvisadamente, por decisión final de él, con mucha prisa para salir corriendo y sin ninguna posibilidad de hablar del tema, de recapacitar. Era justo lo mismo que me había pasado A MI algunos años atrás. Con una decisión fulminante y unívoca por parte de él se había acabado todo en pocos días. Y yo volvía a verme inconscientemente a mi y a él en la historia de ella y el otro. La rabia e irritación vertidas sobre su ex no eran nada más que mi rabia e irritación vertidas sobre mi ex.

Los momentos de epifanía son maravillosos: en cuanto se te abren los ojos y lo ves todo claro, es como si un bálsamo untara las heridas, sanándolas instantáneamente.

Las personas que nos rodean son un espejo en el que podemos reflejarnos para descubrir cómo estamos, qué nos queda para aprender, qué lutos no hemos podido elaborar o qué dolor se esconde en nuestra alma y no nos permite seguir adelante con nuestra evolución.

Recuerdo la frase de una amiga que me hizo reír a carcajadas:

“Has notado que hay días en que sólo salen personas bonitas y otros en los que por ahí sólo se ven a feos?”

Si las restricciones al tráfico por circulación alterna no han sido extendidas al aspecto físico de las personas, diría que eso no funciona así. Los demás no son guapos, feos, simpáticos, irritantes. Nosotros somos los que reaccionamos a nuestro entorno según cómo nos sentimos. Si estamos bien veremos la vie en rose, si estamos mal las calles se llenarán de gente fea. Si una persona nos irrita es porque nos está enseñando un aspecto de nosotros que no nos gusta o que no queremos ver. En el momento en que, observándonos con atención, descubrimos qué es lo que nos molesta y lo aceptamos, la sensación de liberación es tan grande, que nos sentimos como si hubiésemos apoyado en el suelo una mochila llena de piedras.

Vuelve a hablarme de tu ex, amiga mía, no volveré a juzgarte. Ese pedacito de mi alma ya está sanado.

 

Foto de portada de Fabrice Van Opdenbosch

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